DEL TRONO CELESTIAL

Del trono celestial

Al mundo descendí:

Sed, hambre padecí

cual mísero mortal.

Y todo fue por ti;

¿Qué has hecho tú por mí?

 

Mi sangre derramé;

Y en mi agonía cruel

Bebí vinagre e hiel;

Mi lecho una cruz fue.

Y todo fue por ti;

¿Qué sufres tú por mí?

 

Por darte la salud

Sufrí, pené, morí;

Tu sustituto fui

En dura esclavitud.

Y todo fue por ti;

¿Qué has hecho tú por mí?

 

Del Padre celestial

Cumplida bendición,

La eterna salvación,

La dicha perennal,

Te doy de gracia a ti;

No dudes; ven a mí.

H-223

FRANCES RIDLEY HAVERGAL

La Srta. Havergal nació el 14 de diciembre de 1836, en Astley en Worcestershire. Su padre, autor de varios himnos, era vicario de una pequeña iglesia parroquial. Frances, a una temprana edad, dio muestras de sus dotes poéticas, y su conversión a Dios, cuando todavía era una niña de colegio, abrió camino al servicio en esta esfera particular, siendo, por la voluntad de Dios, un canal de bendición en años futuros. Escribiendo entonces a un amigo le dijo: “Entregué mi alma al Salvador, y la tierra y el cielo parecen más brillantes desde aquel momento.”

Era una escritora que tenía la excepcional facultad de poner en verso palabras e ideas casi tan rápido como se le presentaban en la mente. Un ejemplo sobresaliente de ello tiene que ver con este himno, escrito el 10 de enero de 1858, estando de visita en Alemania, en casa de un Ministro de culto. Un día después de una larga caminata, llegó al lugar en el que se hospedaba, cansada y fatigada, y se sentó en un sofá en el estudio de su anfitrión. Sus ojos se posaron sobre un cuadro de nuestro Bendito Señor en la Cruz, en la pared de enfrente, que tenía debajo las palabras: “Esto hice Yo por ti; ¿qué has hecho tú por Mí?”. Mientras estaba allí sentada, los ojos del Salvador parecían posarse en ella y, al leer las palabras al pie del cuadro, resplandeció en su mente este himno ahora bien conocido y hermoso. Inmediatamente le vino el pensamiento abrumador del amor que llevó a morir a su Salvador, y tomando papel y lápiz escribió el himno entero; pero las palabras tan conmovedoras para muchos, a ella, al contrario, le parecieron pobres e insatisfactorias, así que decidió no molestarse en escribirlas correctamente, y arrugó el papel y lo echó al fuego. Felizmente cayó del enrejado a la tierra, sin destruirse aunque arrugado y quemado, por lo que la autora cambió de opinión y los puso a un lado.

Poco después, visitando a una anciana en un hogar de ancianos, pensó que vería si estos versos apelarían a una simple anciana, estando segura que a nadie más le interesarían. Pero la anciana se deleitó tanto en ellas, que la Srta. Havergal las copió de nuevo y las mostró a su padre, el Rev. William Havergal, quien no solo la convenció para que las conservara, sino que escribió para ellas la melodía “Baca”, con la que tan a menudo se canta. Un año más tarde fueron publicados en forma de folleto, y al año siguiente aparecieron en “Good Words”.

En varios himnarios el himno ha sido refundido, para ser dirigido de nosotros a Cristo en vez de Cristo a nosotros, probablemente siendo considerado más adecuado para la adoración pública, empezando así: Tu vida diste por mí.

La Stra. Havergal no hizo objeción a esta alteración, al permanecer intacto el sentido del himno, pero ella prefería su versión original como más apelativa y efectiva, con la que muchos estarán de acuerdo.

La mayoría de sus himnos fueron escritos sobre trozos de papel, y luego copiados en los libros de ejercicios del colegio.

Es interesante escuchar su propio relato sobre la manera en que, en las manos de Dios, ejercía su don: “Para mí escribir es orar; porque nunca parece que escribo un verso sola, y me siento como un niño escribiendo. Sabes que un niño levantará su cabeza después de cada frase y preguntará, «¿y qué escribiré ahora?» Esto es justamente lo que hago. Pido que cada línea Él me la dé; no solo pensamientos y poder, sino también cada palabra, incluso la misma rima. Muy a menudo percibo con toda claridad respuestas directas.” Así podemos comprender cómo tantos de sus mensajes cantados han sido maravillosamente usados por Dios, porque la escritora vivía a diario en una atmósfera espiritual y de estrecha comunión con el Salvador que adoraba.

Alguien hizo referencia al dolor físico que padecía y ella respondió: "Todo el mundo siente lástima por mí excepto yo... Yo veo mi dolor a la luz del Calvario."

Compuso la melodía “Hermas”, para otro de sus himnos, que estaba en sus labios cuando el 3 de junio de 1879 pasó a la Presencia de su Rey.


Más sobre el autor en:
"Mi existencia y mi valer"
"Mi vida di por ti"
"Oh, háblame, Señor"
"Que mi vida entera esté consagrada"