¡OH, QUÉ AMIGO NOS ES CRISTO!

¡Oh, qué amigo nos es Cristo!

Él llevó nuestro dolor,

Y nos manda que llevemos

Todo a Dios en oración.

¿Está el hombre desprovisto

De paz, gozo y santo amor?

Esto es porque no llevamos

Todo a Dios en oración.

 

¿Estás débil y cargado

De cuidados y temor?

A Jesús refugio eterno,

Muéstraselo en oración.

¿Te desprecian tus amigos?

Muéstraselo en oración.

En sus brazos de amor tierno

Paz tendrá tu corazón.

 

Sólo Cristo es un Amigo:

De esto prueba nos mostró,

Pues para llevar consigo

Al culpable, se humanó.

Del cristiano, el castigo

Con su llaga Él pagó.

Hallo a Cristo Amigo fiel,

¡Bendito quien fía en Él!

H-492    Sonido: (((·)))




JOSEPH SCRIVEN, 1820-1886

Los himnos se han escrito con diferentes propósitos. Algunos como los de Frances Alexander, fueron escritos especialmente para niños, para ayudarles a aprender la Oración del Señor, el Credo, y los Diez Mandamientos. Otros, como la pieza maestra de Jorge Matheson, fueron escritos para expresar las convicciones del autor y sus deseos. Otros, como “Firmes y adelante”, de Baring Gould, fueron escritos para un acto especial de adoración. Otros, como el himno de Toplady, “Roca de los siglos”, surgió de una circunstancia peculiar de la vida. Y otros fueron fruto espontáneo de un tiempo devocional, escritos mismo como al dictado del Señor.

Este himno pertenece a esta última categoría. Vino a José Scriven en su última enfermedad al pensar en su madre a quien iba a dejar atrás, aunque pasó un largo tiempo entre su composición y la tragedia en sí, durante el cual nadie lo vio excepto él y su madre. Podemos decir que surgió del deseo de un Cristiano de explicar su propio secreto con vistas a ayudar a otro que le era muy querido.

No se sabe que haya escrito otro himno. De hecho no se sabía que tuviera dotes poéticas hasta poco antes de su muerte, cuando un vecino, sentado junto a él en su enfermedad final, encontró el manuscrito entre algunos papeles. Leyéndolo con gran delicia, se lo leyó a su amigo enfermo, a la vez que le preguntaba sobre ello. Reticente a admitirlo, el Sr. Scriven dijo que lo había compuesto para su madre, para consolarla en un tiempo de dolor especial, no pretendiendo que nadie más lo viera. ¡Podemos imaginar lo que significaría para ella tras la muerte de su hijo!

Un tiempo después, le visitó otro vecino de Puerto de Esperanza, preguntándole:  “¿Eres tú el autor de este hermoso poema?” Su respuesta fue: “El Señor y yo lo hicimos juntos”. Fue la explicación del origen de este himno conmovedor, y tal vez de la mayoría de los himnos. “El Señor y yo lo hicimos juntos!”, nos lleva al secreto de la vida Cristiana: ¡Cuánto dolor innecesario llevamos porque tratamos de hacerlo nosotros solos, y las cosas salen mal, y damos lugar a la autocompasión!

Es un himno para sufridores de todo tipo, pero especialmente para aquellos que han tenido que enfrentar lo que Shakespeare llama “los lances de una suerte ultrajante”, la de aquellos que han visto en sus vidas sucesos misteriosos, difíciles de interpretar.

José Scriven nació en Seapatrick, Banbridge, Co. Down, Dublin, Irlanda, en 1820 y vivió allí los primeros 25 años de su vida, graduándose en el Trinity College de Dublín. Luego, en 1845 emigró a Canadá como muchos otros Irlandeses, buscando su destino en el Nuevo Mundo. Murió en Puerto de la Esperanza, en el Lago Ontario, en 1886, a la edad de 66 años, tras una vida variopinta llena de dificultades propias de los colonos. Fue llevado a Cristo como resultado de la pérdida de su novia en la tarde de su enlace matrimonial, que se ahogó accidentalmente unas pocas horas antes de unirse en santo matrimonio. ¡Cuán fácilmente le hubiera llevado en la dirección contraria, a la incredulidad y amargura y dureza de corazón! Pero pudo escribir:

“En sus brazos de amor tierno

Paz tendrá mi corazón.”

Consagró su vida y su fortuna al servicio del Señor. Aunque era un hombre de educación refinada, escogió trabajar entre los pobres de su vecindario, donde invirtió la mayor parte de su vida, ministrando tanto a las necesidades espirituales como a las materiales. Fue muy querido por todos los que lo conocieron. No era extraño verle cortando leña para el fuego o haciendo otras labores humildes para los necesitados.

El tema del himno es la amistad de Cristo, que es muy preciosa, especialmente para los solitarios y los necesitados. En un culto al aire libre al Sur de Londres, se cantaba este himno al final. Al otro lado de la carretera principal estaba un joven que acababa de llegar a Londres para trabajar, y escuchó pensativo todo lo que se dijo y cantó. Terminada la reunión, se le acercó un obrero, que le preguntó algunas cosas como: “¿escuchaste la predicación?”, etc., etc. Pero parece que no le importaba mucho al extranjero hasta que al fin el joven evangelista le dijo: “¿Quieres un amigo?” Respondió: “¿Si quiero un amigo? ¡Creo que sí! ¡Acabo de llegar a Londres y no conozco a nadie!” Y aquella noche comenzó una amistad que nunca terminaría.

El himno contiene una frase repetitiva, la de llevar todo a Dios en oración (8 veces en el original inglés): “dolor”, “temor” y “culpa”. El mismo remedio para todo tipo de mal.

Es un himno sencillo, siempre favorito de todo aquel que esté en alguna necesidad.

Aunque el himno ya había aparecido en una pequeña colección, no fue hasta 1875 en que vino a para a las manos de Ira D. Sankey, que recibió toda la publicidad. Como el autor era desconocido, las palabras habían sido atribuidas al Dr. Horatius Bonar, no siendo hasta 6 u 8 años más tarde que se descubriera su verdadero autor, un par de años antes de su muerte.

La melodía sencilla pero agradable fue escrita por el Dr. C. C. Converse, un notable compositor Americano, poco después de la aparición de los versos impresos.

Traducido al castellano por Leandro Garza Mora (1854-1938):

Tuvo una niñez y juventud marcada por experiencias amargas. Cuando tenía 5 años falleció su padre, pasando la familia por penurias. Su madre volvió a casarse y él, disgustado, se fue de casa, cayendo en malas costumbres. Pasado el tiempo regresó y la familia hizo amistad con unos misioneros evangélicos, dando lugar a su conversión y ayudó a establecer una iglesia en su pueblo, Matamoros (México). Llegó a ser pastor y traductor de himnos, sirviendo al Señor durante 70 años.