Con
mi Pastor contento voy, A mi
alma nunca falta el bien, En
valle oscuro aún he de andar, En
medio de la adversidad Su
eterno amor me sostendrá |
Este
himno fue usado en la boda de la Reina Isabel II, en la Abadía de Westminster,
a petición suya.
“Tenemos
que cantar el Nuevo Testamento,” dijo un anciano de la iglesia al Rev. J. P.
Struthers antes de predicar en el culto. “Muy bien, lo haremos”, le dijo.
“Comencemos con el Salmo 23 y luego sigamos con el 72”. El Salmo debe ser
conectado con los Salmos 22 y 24, constituyendo una maravillosa trilogía: El
Salmo de la Cruz (22), seguido por el Salmo del Cayado (23), y luego el Salmo de
la Corona (24). Nos muestran a Cristo en tres aspectos: “el mismo ayer (22),
hoy (23) y por los siglos (24)” ¡Qué consuelo han sido las palabras de este
Salmo para Cristianos de todos los siglos!
Francis
Rous, alcalde de Eton, murió el 7 de Enero de 1659. En su última voluntad y
testamento habla de un joven en Escocia, su nieto, “con respecto al cual tal
vez se espera que haga algo grande por él.” Pero como para él era
aborrecible dejarle una hacienda que le volviera ocioso, sólo le dejó dinero
suficiente para darle “una educación responsable para obtener una profesión.”
¿Qué hubiera dicho Rous si supiera que para muchas generaciones de jóvenes en
Inglaterra y Escocia su posesión terrena más preciosa, desde la cuna hasta la
tumba, sería su versión de los Salmos?
Rous
nació en Cornwall en 1579 y fue educado en Oxford. Abogado de profesión, fue
miembro del Parlamento durante el reinado de Jaime I y Carlos I. Fue miembro de
la Cámara Alta del Parlamento y de la Asamblea de Westminster, y fue Presidente
de la Cámara Baja del Parlamento, que consistía de 139 personas, “fieles,
temerosos de Dios y que odiaban la codicia”... Tuvo varios cargos bajo
Cromwell, incluso el de Presidente de la Facultad de Eton, en cuya Capilla fue
enterrado, habiendo fallecido en Acton el 7 de enero de 1659.
Rous
era un hombre de Dios... Su voluntad concluye con estas solemnes palabras: “Me
aferro a la gracia de Dios en su Hijo amado como mi único título para la
eternidad, confiado en que su gracia que me regeneró,
lavará la culpa de aquel estado, y todos sus frutos malditos, por la sangre
preciosa de su Hijo y así presentarme sin mancha ante la presencia de la gloria
de Dios con gozo.”