TODA MARAVILLA QUE VEO ALREDEDOR

Toda maravilla

Que veo alrededor,

Toda criatura

Es obra del Señor.

 

El majestuoso monte

Cubierto de verdor,

Vestido en invierno

De blanco resplandor.

 

El vivo riachuelo

Que canta al saltar,

Las rocas que entorpecen

Su huida al ancho mar.

 

El águila en lo alto

Sublime en su volar,

Y la pequeña hormiga

Que sale a trabajar.

 

La bella mariposa

Que va de flor en flor,

Dios diseñó sus alas

Y dióles su color.

 

También a mí me hiciste,

Divino Creador,

Y es mi vida tuya,

Glorioso Salvador.

C-233

CECIL FRANCES ALEXANDER, 1818-1895

En la mitad del siglo pasado algunos niños pequeños Irlandeses se quejaban de que el Catecismo de la Iglesia, que tenían que aprender, era terriblemente aburrido y triste. Su madrina oyó sus comentarios, y se dispuso cada semana a escribir versos que hicieran sencillo el significado del Catecismo, hasta llegar a que los niños lo tomarán con interés.

Estos himnos han sido cantados, y son amados, por miles de niños desde entonces; tales como: “Do no sinful action”, escrito para explicar la promesa Bautismal de “renunciar al diablo y todas sus obras”; “All things bright and beautiful”, exponiendo la verdad de “creo en Dios el Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”; “Once in royal David’s city”, tomado de las palabras “Y en Jesucristo, Su Único Hijo, nuestro Señor, Quien fue concebido por el E.S., nacido de la Virgen María”, etc. Todos estos himnos para jóvenes fueron coleccionados en un libro titulado: "Himnos para Niños Pequeños", y los beneficios de su venta fueron dedicados a la ayuda para sordo-mudos.

El más famoso de todos ellos, tal vez, tuvo su primera estrofa sugerida por el hecho de que la señora en cuestión, la Sra. Aelexander, tuvo que viajar a la ciudad de Derry para ir de compras, una ciudad que todavía está rodeada por sus viejos muros. Al lado de la carretera, cerca de la ciudad, había una pequeña colina cubierta de hierba, que siempre recordaba a la Sra. Alexander el Calvario, en las afueras de la ciudad amurallada de Jerusalén. Cuando llegó al punto de exponer a sus pequeños apadrinados las palabras: “Sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado”, este lugar bien conocido vino a su mente, y así escribió:

Hay una verde colina lejana,

Fuera de la ciudad amurallada,

Donde el amado Señor fue crucificado,

Quien murió para salvarnos a todos.

Esta mujer Irlandesa era la esposa del Obispo de Derry, y Primado de toda Inglaterra, y de hecho consideraba todo el mundo como su parroquia. Siempre infatigable en su ministerio entre los pobres y necesitados de la parroquia. Su marido, que en años posteriores escribió la biografía de ella, la describe como yendo “de un hogar a otro, de una cama de enfermedad a otra, de una pena a otra.”

Fue en una de esas visitas que la inspiración le vino para escribir el hermoso poema mencionado: Una noche sentada al lado de la cama de una niña enferma, un miembro de su clase de la Escuela Dominical, que estaba postrada con delirios, rondando entre la vida y la muerte. Mientras la Sra. Alexander esperaba y observaba, las palabras del poema le vinieron a la mente y las escribió para esa niña, que deseaba saber acerca de la muerte del Señor Jesús.

Una gran amante de los niños, siempre lucharía para adaptar sus sentimientos al nivel de un niño. Indudablemente esperaba que el pequeño poema que escribió aquella noche sería el medio de interesar a niños pequeños, al borde de cuyas camas se sentaba.

Sin duda suyo fue el don de presentar los pensamientos en forma pictórica. Ella se dio cuenta de la afición de los niños por los incidentes, y esa lucidez fue un medio de captar la mente juvenil. Una mujer ardiente de iglesia, escribió muchos de sus himnos para ilustrar las grandes declaraciones del Credo Apostólico.

Sus dotes poéticas se manifestaron mucho antes de casarse, cuando todavía era una niña, pero escondía sus poemas debajo de la alfombra porque pensaba que sus padres no aprobarían que dedicara su tiempo a semejantes trivialidades; pero cuando su padre descubrió los poemas, los leyó con atención, y la animó en su vocación, y decidió leerlos a la familia, en voz alta, las tardes de los domingos.