ROCA DE LOS SIGLOS

Roca de los siglos, tú

Fuiste herida, sí, por mí;

Anhelando la salud,

Yo me escondo, Cristo, en ti;

De la ira sálvame,

De mis culpas lávame.

 

Aunque fuere siempre fiel

Y llorare sin cesar,

Del pecado no podré

Justificación lograr;

Ningún precio traigo a ti,

Mas tu cruz es para mí.

 

Mientras tenga que vivir

En el valle mundanal,

Cuando tenga que subir

A tu augusto tribunal,

Cúbreme de tu piedad,

¡Roca de la eternidad!

H-152    Sonido: (((·)))

AUGUSTUS MONTAGUE TOPLADY, 1740-1178

Augusto Montague Toplady, nació en Farnham, Surrey, G. B., en 1740. Su padre, oficial de la Armada Británica, falleció durante el sitio de Cartagena poco después del nacimiento de su hijo.

Toplady era cura al cargo de la parroquia de Blagdon, en Mendips, a pocas millas de Weston-super-Mare.

Truenos, relámpagos, viento y lluvia. ¡Cómo desgarraban el cielo los rayos! ¡Cómo retumbaba y reverberaba alrededor de los rincones y gargantas! La violencia de la tormenta parecía estar concentrada en aquel valle. A ambos lados se alzaban colinas a una altura considerable, y de sus verdes laderas inclinadas sobresalían vastas masas de rocas dentadas. En ese lugar fantástico -Burrington Combe-, a unas dos o tres millas de su casa, Augusto Toplady, entonces Vicario de Blagdon, Somerset, fue alcanzado aquella tarde tempestuosa.

Buscando rápidamente un refugio al empezar a romper la tormenta, vio una gran plancha de piedra caliza con una fisura en el medio, suficientemente grande como para abrigarle. Estando en aquel lugar, las palabras de este himno bien conocido vinieron a su mente. Cogió una carta de naipes, que estaba tirada a sus pies, y escribió al dorso estas estrofas. Este objeto ahora está en uno de los museos de América.

Fue escrito unos tres años antes de su muerte, que tuvo lugar en Hembury, Devonshire, el 11 de agosto de 1778, a la temprana edad de 38 años.

Este himno fue el que, entre muchas otras personas, proporcionó tal consuelo al Príncipe Consorte, Alberto el Bueno, que lo repetía constantemente en su lecho de muerte. “Porque”, dijo él, “si en esta hora sólo tuviera mis honores y dignidades terrenos para depender de ellos, sería verdaderamente pobre!”

Es uno de los más típicos de todo himnario. Hace años, en la votación de himnos solicitada por el programa "Domingo en Casa", de 3500 que respondieron, 3125 le dieron el primer lugar.

El Sr. Gladstone, uno de los mayores Primeros Ministros, lo amaba tanto que lo tradujo al Latín, Griego e Italiano. Es notable que el himno sea fácilmente traducible.

En enero de 1866, cuando el “Londres”, tocado de muerte, se perdió en la Bahía de Vizcaya, las últimas palabras oídas por algunos de los sobrevivientes, al alejarse del barco que se hundía, fueron las palabras de este himno, cantadas con ojos llenos de lágrimas y corazones rotos, mientras esposo y esposa, padre e hijo, compañero con compañero, esperaban uno al lado del otro el hundimiento final.

El himno describe la experiencia de Toplady, al considerar la descripción que hace San Juan de Cristo clavado en  la cruz, cuando una lanza fue clavada en su costado y su corazón fue partido, fluyendo agua y sangre. Allí vio una doble cura: librado de la ira y de la culpa del pecado, no por nuestro esfuerzo, nuestro celo, nuestras lágrimas, que  nunca pueden pagar por el pecado. Solo Cristo, por su sangre, nos salva, y a él hemos de ir desnudos, con las manos vacías. Es la provisión perfecta, el refugio, para esta vida, para la muerte y para la eternidad.

Todplady llegó a esconderse en Cristo cuando tenía 16 años. Estaba de visita en Irlanda donde su madre tenía algunas propiedades. Cerca de donde se alojaban en Country Wexford, un predicador Metodista llamado Santiago Morris llevaba a cabo una misión evangelística y predicaba el evangelio en un granero, en Codymain. Augusto Todplady, atraído por la novedad y curiosidad, al oír el canto, decidió acercarse y escuchar al predicador. Al entrar vio que había unos pocos reunidos. Cuando terminó el himno, un hombre de escasa cultura se puso en pie para predicar. Aquella noche el misionero parecía inspirado al exponer las palabras de Efesios 2:13.- “Vosotros que una vez estuvisteis alejados habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” “Bajo ese sermón,” dijo él mismo, “bajo ese sermón fui, creo yo, acercado por la sangre de Cristo, en una región oscura de Irlanda, entre un puñado del pueblo de Dios reunidos en un granero, y bajo el ministerio de uno que a duras penas podía deletrear su propio nombre. Recordaré aquel día por toda la eternidad.” Fue en agosto de 1756.