¡OH AMOR! QUE NO ME DEJARÁS

¡Oh amor! que no me dejarás,

Descansa mi alma siempre en ti;

Es tuya y tú la guardarás,

y en el océano de tu amor

Más rica al fin será.

 

¡Oh luz! que en mi sendero vas,

Mi antorcha débil rindo a ti,

Su luz apaga el corazón

Seguro de encontrar en ti

Más bello resplandor.

 

¡Oh gozo! que a buscarme a mí

Viniste con mortal dolor;

Tras la tormenta el iris vi

Y ya el mañana, yo lo sé,

Sin lágrimas será.

 

¡Oh Cruz! que miro sin cesar,

Mi orgullo, gloria y vanidad

Al polvo dejo, por hallar

La vida que en su sangre dio

Jesús mi Salvador.

H-449

GEORGE MATHESON, 1842-1906

Algunos de nuestros mayores himnos fueron escritos en el horno de la prueba y sufrimiento físico. Este es el caso de Jorge Matheson, Escocés, hijo de un comerciante próspero de Glasgow, cuyo himno más conocido es éste, escrito tras la pérdida de su vista a la edad de 20 años. Su ceguera le une con Juan Milton, Fanny Crosby y otros distinguidos escritores ciegos. A pesar de ello no se desanimó y tras una carrera escolástica exitosa en la Universidad de su ciudad natal, Matheson entró en el ministerio en la Iglesia de Escocia. En 1868, cuando tenía unos 26 años, llegó a ser ministro de la parroquia de Argyllshire de Innellen.

Una tranquila tarde de verano en el mes de junio de 1882, el Dr. Matheson estaba sentado en su estudio. Había sufrido una gran pérdida, y allí en la soledad y oscuridad profundamente afligido, de repente brillaron en su mente las palabras de este himno, que compuso en pocos minutos.

En él percibimos algo de la tormenta, pero también vemos el arco iris. La tragedia es transformada en triunfo por el poder de Cristo. Mathenson habla de lágrimas, dolor, cansancio y una antorcha débil, pero también de amor, luz, gozo y Cruz, con confianza.

Cuando era joven, siendo un estudiante brillante, Matheson perdió la vista. ¡Qué limitación! Pero no le abrumó. El himno fue escrito, nos dice, “en la Rectoría de mi primera parroquia, Innellan, una tarde de verano de 1882. Fue compuesto con suma rapidez; me pareció que su construcción sólo me llevó unos pocos minutos, y me sentí más en la posición de uno al que se le dicta que en la de un artista original. Estaba sufriendo extrema aflicción mental, y el himno fue el fruto del dolor.” Tenía 40 años.

Se dice que cuando su novia supo de su ceguera, rompió su compromiso, agravando su pena. “No puedo casarme con un ciego”, dijo ella, y así le dejó. Este himno parece haber sido escrito al recibo de esa carta. La “angustia mental” sería el vivo recuerdo de lo que había sucedido 20 años antes. El inicio de la primera estrofa, “¡Oh amor! que no me dejarás”, encaja bien en este marco. El carácter y el tono del himno armoniza con la naturaleza del desastre.

Cuando uno más piensa en el Reverendo Jorge Mathenson, el ávido estudiante privado de su vista, el activo ministro privado de su movilidad, el amante sensible privado de su dama, uno es más consciente de la nobleza y grandeza del hombre. Aunque sería el primero en renunciar a cualquier alabanza o gloria; como el predicador que, al ser agradecido por su predicación en Keswick (Famosas Conferencias en Inglaterra), dijo: “se lo pasaré a Él”.

El Dr. A. L. Peace escribió una música especial para este himno, adaptado a la métrica inusual de sus líneas. Se llama “Santa Margarita”.